"La danza de la sangre"
Capítulo 3
-Silencio… ¡Jonathan
Silencio! –grita. Enciendo un cigarro mientras dejo que hable-. He oído hablar
de ti.
-Espero que bien.
–Cierro el mechero con un ligero movimiento de dedos y expulso el humo de la
primera calada; llega hasta ella, momento en que lo rechaza con un poco de tos.
Mueve las manos varias veces como si se viese aprisionada por un ejército de
abejas asesinas que intenta apartar.
-Tampoco he oído
hablar mucho –Entrecierra los ojos; pero lo suficiente, ya que el humo se
evapora casi al instante -, solo un poco.
-Me parece bien
–respondo; carraspeo y me pongo en marcha. La chica viene detrás de mí.
-Pe…ro sé que eres
bueno, un tipo duro.
No respondo.
-Oí que conseguiste
vencer a un montón de…
-¿Dónde viste al
peludo? –la interrumpo.
-¿Eh? –Se asombra.
Espera más de mí, tal vez un “gracias,
tía. Me halagas”. No tengo tiempo.
-En mi bar –responde
al fin.
-Ah. Tienes un bar…
-Doy una nueva calada-. Amo el whisky, ¿lo sabes?
-Eh… no, no tenía ni
ide…
-Entonces no has oído
hablar mucho de mí.
-Quiero decir que…
¡Por favor! –se desespera-. Tío, acaban de volar la cabeza a mordiscos a unos
cuantos delante de mí. ¿Crees que tengo tiempo para recordar todo de ti?
No sé por qué, pero sus gritos me encantan. Una
mujer al borde del ataque de nervios siempre es excitante.
-¡Te he dicho que una cosa enorme ha entrado y ha…!
-¿Dónde está el garito? –La vuelvo a interrumpir. No
dice nada por unos segundos, solo se limita a morderse el labio inferior, gesto
con que ahoga su rabia; después levanta el brazo derecho pesarosamente, como si
estuviese dormida y su miembro flotase en el aire, sin fuerza. El dedo índice de
su mano señala al fondo. Giro la cabeza, doy otra calada y lo observo.
-¿Esas luces que se encienden y apagan? –pregunto.
-Sí.
-Manos a la obra.
-¡No puedes ir allí! ¡Te matará! –me grita. No hago
caso y continúo mi camino.
-¿No me estás oyendo? –insiste-. ¡Esa cosa te
arrancará la cabeza de cuajo con un solo manotazo!
-Y tú sentirías mucho mi pérdida, ¿verdad, muñeca?
-¡¿Qué?! –Viene detrás de mí-. ¡¿Qué estás
diciendo?! Por favor, ¡no seas creído! ¡No me importas, solo te advierto que
eso es una bestia!
-No sabes lo bestia que puedo llegar a ser –respondo-.
Eso tendrá mucho pelo y ruge con fuerza, no te lo discuto; pero perro ladrador
poco mordedor, por muy grande que sea. Yo soy más duro.
-¡Te va a hacer picadillo! –Se escandaliza. No tengo
ganas de mirar atrás, pero estoy seguro que la vería ruborizada en cólera y con
las venas del cuello a punto de estallar.
Noche de
sangre, no hay duda.
-¡Te reducirá la cabeza!
Sigo caminando.
-¡Te desmembrará!
Sigo caminando.
-Te… ¡Hará que te desangres!
Sigo caminando.
-Te… te… ¡Hará que calles para siempre!
-Siempre voy callado –respondo sin mirar atrás-.
Recuerda que soy Silencio.
-¡Eres un chulo idiota! –vocifera.
-Yo también te quiero, princesa.
Sigo caminando.
*****
Dejo de sentir sus pasos detrás de mí. La he dejado
rota con mi última respuesta. Suele pasarme muy a menudo. Ya estoy
acostumbrado.
-¡Espera! –me grita. Vuelvo a sentir sus pasos; esta
vez, en carrerilla -. No me dejes sola.
-Creía que era un chulo idiota y no querías saber
nada más de mí –digo sin mirar atrás.
-¿Eh? –La dejo aturdida, sin respuesta rápida-.
¡Calla! Me estás poniendo nerviosa.
-Eso me gusta.
-¡Oh, cállate ya! –casi suplica. Corre un poco más.
Mi paso ligero hace que ella se esfuerce por mantener mi ritmo-. No me dejes
sola.
-Lo siento, pero no me gusta trabajar acompañado.
-Tengo miedo –Su voz es más débil, como con ganas de
echarse a llorar de nuevo.
-Dame unos minutos –digo y doy la última calada al
cigarro. Cada vez son más caros pero más pequeños-. En poco tiempo esa bola de
pelo pasará a la historia.
La chica tarda unos segundos en responder. Sé lo que
piensa; no puedo entrar en su mente pero apuesto lo que voy a ganar a que sé lo
que está pensando, y es: “eres un chulo
creído. ¡Sigues empeñado en matarlo y no tienes nada que hacer contra él!”
-Eres un chulo creído. ¡Sigues empeñado en matarlo y
no tienes nada que hacer contra él!
-Lo sabía…
-¿Eh? ¿Qué sabías? –Sigue sorprendida. No entiende
nada.
-Haces muchas preguntas.
-¡Solo te estoy advirtiendo! –vuelve a gritar-. El
pueblo ha sido atacado por algo desconocido. Es un lugar tranquilo, pero hoy ha
llegado a mis oídos que algo asesinó al dueño de la panadería; su mujer,
atacada, se lo explicó al sargento Pérez, un tarado.
»Al principio pensé que la vieja alucinaba. Está
loca perdida, cosas de la vejez; pero decía la verdad. –La escucho aunque no la
mire-. El comisario encontró el establecimiento lleno de sangre, y… y el
cadáver del dueño, medio irreconocible.
»Se lo escuché decir a unos clientes, pero no lo he
creído hasta que lo he visto con mis propios ojos, y sentido. Ha sido… -Se
detiene, tanto en voz como en paso. Yo sigo adelante-. … ¡HORRIBLE! La puerta
del bar reventó, ¡entonces delante de mí vi a una cosa de casi dos metros que
apachurró a los clientes sin ningún tipo de esfuerzo! ¡LLOVÍO SANGRE! ¡DE CADA
GRITO MANABA SANGRE A BORBOTONES! El bar se tiñó de rojo… ¡NO ENTRES O TÚ SERÁS
EL SIGUIENTE!
Me dice eso porque me hallo enfrente del bar. Es un
garito similar a las casas descritas en mi camino, no se diferencia de ellas en
casi nada, a excepción de que aquí, en un viejo letrero, puede leerse: “ C
NTEO”. La “A” que le falta pende en un hilo. Tiene ganas de caer, como caerá el
monstruo.
-¿Este es tu bar? –pregunto.
-No es mi bar –afirma-. Trabajo en él.
-Así que camarera… Ideal para que me sirvas un buen
whisky.
-Gogó; soy gogó.
Me abstengo de hacer comentarios. Lo único que tengo
por seguro es que el whisky no me lo podrá servir.
-Hora de entrar –digo como a unos cinco metros de la
puerta.
-¡NO LO HAGAS! –La chica sufre un ataque de pánico.
Sus ojos parecen salirse de sus órbitas, bien grandes pero respaldados por esa
gruesa capa de tinta barata. Lleva las uñas a la boca y las mordisquea,
histérica; a la vez, dobla las piernas como si acabase de recibir un fuerte puñetazo
en el estómago.
-Demasiado tarde para echarse atrás –añado-. Es mi
trabajo.
La joven no parece muy contenta con la respuesta. Me
ve acercarme y lo impide por todos los medios.
-¡No! –Se coloca delante de mí, con las manos en
cruz y las piernas abiertas; después, repite el “no” con la cabeza.
-Aparta. No me entretengas,
-No puedes entrar. Si lo haces me obligarás a entrar
contigo.
-¿Eso por qué? –pregunto, curioso.
-Porque me aterra quedarme sola –Aflora una lágrima
de su ojo derecho; a continuación, la sigue otra en su compañero de visión. Sus
labios tiritan intentando reprimir el llanto.
-Cuanto antes me dejes pasar, antes acabará todo
–digo con la esperanza de no tener que apartarla de un empujón.
-No. ¡No, por favor! –Llora; ya no se molesta en contener
las lágrimas-. No puedes de…
En medio de la frase, cuando la chica me está
suplicando que no la deje sola –o eso parece querer decir- un grito agudo, no
humano, similar a un motor de gasolina alojado en la garganta, nos sorprende a
ambos. La chica da un respingo y se lleva las manos a la boca; yo me pongo en
guardia. Sé que el monstruo está dentro.
-¡No entres no entres no entres no entres…! –repite
constantemente.
No hago caso, empujo la puerta y me adentro en la
boca del lobo (y nunca mejor dicho).
Capítulo 4
Desplazo la vista a derecha e izquierda, rápido pero seguro, igual que
si mis ojos fuesen la luz de un faro en la costa. Acto seguido, me veo en la
obligación de bajar la mirada, sin pensarlo, tan solo urgida a hacerlo por lo
que capta en su campo de visión. Durante mi vida he podido presenciar imágenes
terroríficas, gritos alojados en mi cabeza, provenientes de la angustia humana.
Pero esto…
Escucho una especie de eructo aguado, y no me hace
falta mirar para convencerme de que la chica está vomitando a mi espalda. No es
para menos, ya que el suelo es una marea roja, con salpicaduras extensas
similares a varios botes de pintura acrílica repartidos por el piso, y
tropezones humanos: brazos amputados, en solitario, alguno de ellos con los
dedos agarrotados, sin tiempo de atrapar a su atacante antes de morir; una
pierna rígida dentro de un vaquero holgado, lo que hace sobresalir un diminuto
pie descalzo. A escasos centímetros de este, un zapato teñido de sangre. Nada
de esto me llama tanto la atención como el ver dos cuerpos decapitados y en
extrañas posturas. Los dos cargan el peso del tronco sobre los brazos, como un
portero de fútbol que aterriza en el suelo después de lucirse con una palomita
magistral; las piernas cruzadas la una con la otra, y la carencia de cabeza se
antoja ante mí como un efecto óptico muy macabro.
Sobre los
hombros se conserva todo, tíos; y a vosotros os lo han arrancado de cuajo, sin
miramientos…
Hay ropa suelta repartida por la marea, y solo falta
que flote para hacer todo más aterrador. Las tres mesas del garito patas
arriba, alguna de ellas coja; trozos de vidrio en forma de pequeños triángulos,
y una botella de Jack Daniel´s hecha añicos.
La chica sigue vomitando, pero no presto atención.
Tengo que encontrar a la bestia, y por lo que puedo ver, aquí no está. El
maldito ha escapado por la puerta trasera.
-Ter… mi na con (buag) –Intenta decirme algo, pero
el vómito cobra protagonismo.
-Termina con…él –consigue decirme mientras se enjuga
la boca con la palma de la mano -. Mátalo, te lo su…plico.
-¿En qué quedamos? –respondo preguntando-. ¿No
decías que yo solo no podría?
-Encuéntralo y mátalo –Elude mi pregunta-. Mátalo.
¡MÁTALO! –Vuelve a ponerse histérica por momentos. Solo dura unos segundos-.
¡Quiero que lo atrapes y le revi…!
Hago que se calle con un gesto de “eh, detente”, colocando mi mano cerca
de su boca, como un poli de tráfico deteniendo un vehículo. Ella se encoge de
hombros y yo llevo el índice de la otra mano a mis labios. Simulo el gesto de
mi apellido. Señalo que hay alguien detrás de la barra; ella vuelve a encogerse
de hombros.
Llevo la mano a la espalda y saco mi automática.
Camino con sigilo, advirtiendo a la chica, por señas, que no me siga.
Quietecita
ahí, pienso.
Camino con cuidado de no hacer más ruido del que ya
hemos hecho. Saltar cristales nunca es fácil, pero esto está a la orden del día
los viernes y sábados, así que, como dije antes: coser y cantar. No es la primera vez que camino entre cristales; y
tampoco será la última.
Llego a la barra. El sigilo que llevan mis pies
aumenta, y me resulta curioso decir que algo aumenta cuando la acción es justo
la contraria: lenta y pausada, casi sin respirar para que mis pulmones
ennegrecidos no me delaten.
-Sal de ahí –digo a la presencia que lleva
molestándome desde hace rato. No la he visto aún, pero la siento. Mi voz es
bastante tranquila-. No me lo pongas más difícil.
Justo al terminar, escucho una especie de lamento;
alguien que respira con dificultad. Intenta reprimir el sonido, y sin embargo,
lo único que hace es resaltarlo más.
Voy a acercarme. No tendrá más remedio que responder
o,… Morir.
-¡No…o… dispare! –grita un hombre en cuclillas,
agazapado como un gato pendiente de su roedora presa. Levanta las manos, las
que tiritan como si cantase la canción de:
“cinco lobitos tiene la loba, cinco…”, y su barbilla, empapada de babas
como si hubiese estado comiendo sopas, tirita igual que lo hizo la de la joven.
-No…o… lo… haga, ¡POR FAVOR, SE LO SUPLICO! –Se
enrabieta de pronto, y eso hace que se incorpore de un salto. Lleva la ropa
destrozada, como una de mis camisetas después de pasar una buena noche de sexo
fuerte. Los pantalones son como tiras de una fregona.
-¡Me…me…ATACÓ! –Sigue temblando.
-Baja el arma, Silencio –me dice la chica.
¿Órdenes de
una chica?, pienso.
-¿Sabes quién es? –pregunto.
-Sí, es el dueño del establo –me confirma-. Una
buena persona. Puedes fiarte de él.
-Eso lo decidiré yo –añado.
-¡NO ME MATE! ¡NO LO HAGA! –Sigue temblando.
De momento no
lo haré. Solo de momento
CONTINUARÁ..........
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